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 Aunque sus poblaciones han aumentado, la especie sigue acorralada por la deforestación.

Ver a un oso de anteojos, caminando por un páramo o dentro de un bosque, siempre había sido imposible. Recuerdo a Róbert Márquez, un científico de la organización Wild Life
Conservation Society (WCS), quien contaba hace unos años que después de más de una década estudiando a este mamífero, jamás se había encontrado uno en vida silvestre. Y
pensándolo bien, era lo mejor. Idealmente, los osos deben estar muy lejos de los humanos.

Pero las cosas han cambiado. Sin que aún se tenga mucha certeza sobre la razón, en los últimos días algunos guardabosques y biólogos que trabajan en conservación de ecosistemas,
han tenido encuentros cada vez más frecuentes con algunos ejemplares, principalmente en los parques Chingaza, Tatamá y Cocuy.

Habría una primera razón, que no es muy cautivante. En general, los osos no se conectan con la civilización por instinto o porque quieran atacar. Lo hacen como una reacción
frente a la presión que los humanos han ejercido sobre ellos y su hábitat.

 

TOMADO DE: www.eltiempo.com